La Delicia de los Arminianos (y II)

Para empezar esta historia que comenté al final de la entrada anterior, no hay que obviar que al actual Papa es jesuita. Los jesuitas (o Compañía de Jesús) fueron una orden fundada por el sacerdote español Ignacio de Loyola en 1539 y aprobada por el Papa Pablo III en septiembre de 1540. Fueron el resultado de unas “visiones” místicas de la Virgen María que Loyola dijo haber experimentado a partir de 1523, en las que se le “reveló” que él iba a ser el capitán de un gran ejército que lucharía con lo que él consideraba hordas babilónicas. Al principio, Ignacio pensó que este enemigo iban a ser los musulmanes, pero, al comprobar que eran un enemigo demasiado grande y feroz, decidió que estas “hordas” debían identificarse con los “herejes” (aún no eran “hermanos separados”) protestantes. Algo muy apropiado, dado el odio cerril de Ignacio a las doctrinas reformadas de la gracia y su devoción por la idea de la obra co-redentora de María.

Ignacio consideraba que parte de esta “revelación” recibida de María era su libro sobre “Ejercicios Espirituales”, un libro de reglas por el cual los hombres pudieran aprender a elaborar su propia “conversión”, mediante una serie de “ejercicios” místicos a través de los cuales terminaría convertido en un guerrero de la causa del papado.

Pero la realidad y claridad de la enseñanza bíblica era muy tozuda para Ignacio y los suyos. En la Carta a los Efesios, Pablo escribió: 
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas
Somos instrumentos y no compañeros de trabajo de Dios en nuestra salvación, las buenas obras son hechas por nosotros pero no son nuestras, son obras de Dios de las cuales no somos más que la mano de obra, y nuestra salvación (incluyendo nuestra fe) es un don de Dios, y no puede ser declarado como “salario” o una recompensa por nuestras buenas obras. Una doctrina odiosa para quien busca su propia justicia. El Concilio de Trento, convocado por el Papa Pablo III en 1545, tuvo que acudir al auxilio declarando en su Canon 9 que: 
Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea anatema”
Los jesuitas iban a ser a partir de entonces la espada espiritual de la Contrarreforma, intentando expandir su influencia por los países protestantes en todos los ámbitos (político, intelectual, educativo, etc.) a fin de que regresaran a la forma de pensar, a la cosmovisión católico-romana, aunque mantuvieran un envoltorio “protestante”.


Sin embargo, el mejor “amigo” de Ignacio y los jesuitas en su lucha contra las doctrinas de la gracia iba a surgir dentro del propio protestantismo. Se trataba del ayer mencionado James Harmenszoon, quien vendría a ser conocido como Jacobus Arminius, nacido en Holanda en 1560. Arminio estudió en la Escuela de Teología de Ginebra junto a Teodoro Beza, encontrando, sin embargo, sus doctrinas de la gracia como muy “duras” e “inflexibles”. Cuando Arminio volvió a Amsterdam se estaba produciendo allí un movimiento de “contra-reforma” iniciado por un humanista llamado Dirck Coornhert, alguien enamorado de las enseñanzas de Erasmo de Rotterdam y de un monje jesuita español llamado Luis de Molina. De Molina, de quien Arminio se convirtió en un gran estudiante en privado, creó una herejía que llegaría a ser llamada “Molinismo”, que venía a ser un compromiso, una especie de vía media entre el tomismo y el jesuitismo, según la cual, entre las relaciones de causa y efecto que existen en el Universo y la libertad divina para hacer lo que Él quiere, hay una zona “intermedia” de conocimiento que Dios ofrece al hombre y en el que tiene libertad de hacer lo que elija, sin necesidad exterior ni predeterminación alguna. Esto era la actualización del semipelagianismo, que sostiene que el hombre no puede salvarse sin la gracia de Dios, pero que, no obstante, a pesar de estar en un estado caído, no está muerto a causa del pecado original, sino únicamente “dañado”, con lo que puede y debe cooperar en aceptar la gracia antes de ser salvo. El molinismo se transmutó en arminianismo y tomó el control de las iglesias en Holanda. El virus ya estaba inoculado y para los jesuitas lo más efectivo fue crear una controversia dentro del mundo protestante, la que posteriormente tendrían los arminianos con los calvinistas. La propia Enciclopedia Católica publica estos elogios a Arminio (normal, teniendo en cuenta el destrozo que causó este individuo): “La tendencia de la razón humana a rebelarse contra el decretum horrible de Calvino sobre la predestinación absoluta, la salvación y la condenación impuesta sin tener en cuenta los méritos o deméritos, había levantado una oposición en las mentes pensantes desde la primera promulgación del dogma; pero mientras que las fanáticas guerras de religión ocupaban la atención de las masas, las mentes pensantes eran pocas y sin influencias. Las terribles doctrinas de Calvino habían desterrado la caridad y la misericordia de los corazones de sus seguidores levantando por todas partes infiero espíritu de lucha y derramamiento de sangre. Se multiplicaban las paradojas. Este espíritu antinatural no podía sobrevivir en un período de calma y deliberación; tenía que surgir, con toda seguridad, entre las filas calvinistas, un líder al que se debía escuchar que pusiera de manifiesto las tremendas consecuencias del credo de Ginebra. Y tal líder fue Jacobo Arminius (Jakob Hermanzoon), profesor en la Universidad de Leyden”, tachando después a los opositores de Arminio de “ultra calvinistas”.

En 1586, Arminio tuvo unas “vacaciones” en Roma en las que se empapó aún más de las doctrinas jesuíticas y para 1590 se había convertido en seguidor de un cardenal jesuita llamado Roberto Bellarmino (conocido con el sobrenombre de “El Martillo de Herejes”). Este tal Bellarmino fue uno de los mayores batalladores jesuitas en el campo de la escatología (recordar que algunas de las tesis más erróneas de algunos evangélicos dispensacionalistas proceden de los jesuitas) y en desacreditar la idea de los reformadores de la identificación del papado con el Anti-Cristo. Para ello, los jesuitas crearon la interpretación exclusivamente futurista de Apocalipsis y el período de siete años de tribulación (lo que los dispensacionalistas evangélicos llaman “la Gran Tribulación”), de forma que todo lo relacionado con el Anti-Cristo se transportase al futuro, de forma que el papado nunca pudiera ser identificado como tal. El cardenal Bellardino (declarado “santo”) hay que decir que, como inquisidor, fue quien amenazó a Galileo de forma que éste se retractase de su idea de que la Tierra gira alrededor del Sol.

En 1590, Arminio estaba en Amsterdam, donde enseñó su doctrina y el caso es que ni Beza ni Francisco Gomarus, siendo dos calvinistas estrictos, pudieron detectar su herejía anti-gracia, siendo nombrado profesor de teología en la Universidad de Leyden. En 1609 murió y al año siguiente sus discípulos firmaron una protesta en cinco puntos en los que exponían su teología. Una teología que actualmente es la de las iglesias evangélicas, pentecostales y muchas denominadas “protestantes”. Leer los cinco puntos de la protesta arminiana es saber qué se enseña hoy día en la mayoría de iglesias:

A)  La elección está condicionada a la presciencia de Dios, que sabe quiénes van a aceptar la salvación, y al libre albedrío del hombre. Idea molinista.

B)  La salvación por los méritos de Cristo está a disposición de toda la humanidad y Dios no ha dado esa expiación a ningún grupo de “elegidos”. Idea molinista y jesuita refrendada por el Concilio de Trento.

C)  El pecado original solo ha afectado al hombre parcialmente, de forma que es capaz por su propia voluntad de tener fe en Cristo o rechazarlo.

D)  La gracia de Dios es suficiente para la salvación, pero puede ser resistida y rechazada por el hombre, frustrando la voluntad de Dios de salvar a todos (“expiación universal”).

E)  El creyente puede caer de la gracia y perder la salvación.

Sobre la respuesta a estos cinco puntos arminianos me remito a la entrada de ayer. Pese a la refutación que recibieron en el Sínodo de Dort, el arminianismo siguió expandiéndose. Especialmente importante fue en el siglo XVIII el trabajo de John Wesley, fundador del metodismo. Un momento clave fue la aparición del libro “La venida del Mesías en gloria y majestad”, en 1790, escrito por el jesuita chileno Manuel Lacunza, donde se introdujo la famosa idea del“Rapto Pre-tribulacional”. En 1826, Samuel Maitland, bibliotecario del Arzobispo de Canterbury, escribió un libro atacando la Reforma en base a la interpretación escatológica jesuita. En 1830 apareció en Inglaterra el “Movimiento de Oxford”, del que formaba parte John Henry Newman, quien reconocía que este movimiento tenía por objeto reintegrar en la Iglesia Católica a las denominaciones inglesas. Tras convertirse al catolicismo, Newman llegó a ser cardenal. Newman fue un personaje sumamente malvado de quien incluso un católico como el gran liberal Lord Acton llegó a decir que no tenía ninguna idea sobre lo que está bien y lo que está mal más allá de lo que era rentable. Newman defendió el “Syllabus” de Errores, un documento que justificaba todas las atrocidades de la Inquisición. A mediados del siglo XIX, un pastor presbiteriano escocés llamado Edward Irving, precursor del movimiento pentecostal y carismático, aceptó las ideas escatológicas del jesuita Bellardino y empezó a enseñar la doctrina de una Segunda Venida de Cristo en dos fases: la primera mediante un rapto secreto de la Iglesia antes del surgimiento del Anti-Cristo. Pero el verdadero padre del dispensacionalismo y el introductor de las ideas escatológicas jesuitas en el protestantismo fue el abogado inglés John Nelson Darby. A principios del siglo XX, el arminianismo y las ideas de Darby se habían introducido en la mayoría de denominaciones, sobre todo en EEUU. En 1909 apareció allí la famosa Biblia de Cyrus Scofield, que llegó a convertirse en la más utilizada en los seminarios de EEUU. Es conocida comúnmente como la “Biblia anotada de Scofield” y está llena de notas al margen impregnadas de dispensacionalismo y arminianismo, con un fuerte saber jesuítico (y, paradójicamente, hay que decir que toda esta gente, pese a ello, eran fuertes opositores de la Iglesia Católica, pese a que su cosmovisión estuviese tan influenciada por el pensamiento jesuita).

Para mediados del siglo XX la mayoría de estudiantes de los seminarios de EEUU habían recibido esta enseñanza y, para final de siglo, casi todas las iglesias eran arminianas y defendían la interpretación escatológica jesuita del rapto secreto y de los siete años de tribulación. Ambos creados e infiltrados por los jesuitas a fin de destruir, o al menos desvirtuar, las doctrinas reformadas de la gracia. A partir de ahí, como es lógico, esto se expandió a otros lugares, puesto que las iglesias protestantes y evangélicas en otros lugares suelen tener, por falta de tradición en sus países, muchísima influencia anglosajona, sobre todo norteamericana, con lo que ahora la inmensa mayoría de iglesias son arminianas y dispensacionalistas.

Y, sorprendentemente, como he dicho antes, estas doctrinas tan influenciadas por los jesuitas han sido propagadas por gente anti-católica (muchas veces en un sentido negativo) al extremo.

Es el caso del apologista y locutor evangélico Dave Hunt, fallecido el 5 de abril de este mismo año. ¡Hunt llegó al extremo de afirmar que la predestinación de la que habló Juan Calvino en realidad era una “doctrina católica”! Hunt, nacido en 1926, se formó teológicamente en la denominación dispensacionalista de John Darby, convirtiéndose no solo en un admirador de la doctrina del rapto secreto y los siete años de tribulación, sino también de las ideas carismáticas. En 1994 escribió un libro titulado A Woman Rides the Beast” (Una mujer cabalga sobre la bestia), en el que identificaba a la Iglesia Católica con la ramera de Babilonia del Capítulo 17 de Apocalipsis. El libro tuvo una buena acogida entre las denominaciones fundamentalistas en EEUU. Como Hunt decía cosas sobre Roma que recordaban a las de los primeros reformadores y como el dispensacionalismo ya había infectado casi todas las iglesias en EEUU, nadie advertía que Hunt estaba infiltrando pensamiento jesuítico puro y duro que era la destrucción de las doctrinas de la Gracia, lo que le permitió ganarse un gran prestigio como un “ortodoxo” y “defensor de la fe”.

Y en estas apareció en 2002 su famoso libro de ataque frontal al calvinismo, titulado “What Love is This? Calvinism’s Misrepresentation of God” (¿Qué amor es este? Representaciones calvinistas falsas de Dios), una entusiasmada defensa del arminianismo. El título lo dice todo. Como los jesuitas y como los protestantes arminianos anteriores, pretendía presentar el calvinismo como una doctrina rígida y cruel que daba la idea de un Dios despiadado y sin ningún amor. Hunt deslizó la curiosísima idea de que la doctrina de la predestinación y la elección divina era “católica”. El preámbulo del libro está escrito por Tim LaHaye, autor de unas novelas de apologética dispensacionalista tituladas “Left Behind” (Dejados atrás). Como es de suponer, el “Dejados atrás” se refiere al Rapto, cómo no, y esas novelas se han convertido en auténticos best-sellers cristianos que han llevado estas doctrinas jesuíticas del Rapto y la Gran Tribulación a miles de personas. LaHaye, por cierto, también es autor de libros sobre “ejercicios espirituales” que
recuerdan inquietantemente a los de Ignacio de Loyola. En el preámbulo de “¿Qué amor es este” dice: “Dave Hunt prueba que el Calvinismo no es una doctrina protestante, sino que se basa en el fatalismo griego llevado a la iglesia en el siglo V, por Agustín, allanando el camino para la doctrina católica de la predestinación que casi destruyó el cristianismo y luego fue recogido por Calvino y presentada como la teología reformada”. O sea: Hunt acusa a Calvino de recoger de Agustín una doctrina “católica” que estuvo a punto de destruir el cristianismo… ¡él, quien se dedicó a recoger y dar prestigio a unas doctrinas jesuitas que han hecho tantísimo daño a la doctrina bíblica de la Gracia y la soberanía absoluta de Dios! A Hunt le daba igual que el Concilio de Trento hubiese declarado el anatema sobre quienes defendiesen la predestinación, que esa fuera la gran controversia entre Roma y los reformadores y que en el catecismo católico la misma se rechace. Como Agustín creía en la elección y era católico, por tanto, según Hunt, Calvino había defendido una doctrina “católica”. Aunque el razonamiento es estúpido, como, lamentablemente, cada vez hay más desconocimiento sobre la historia eclesiástica, es algo que tiene su calado. Hunt, pese a su anti-catolicismo, no se daba cuenta de que su énfasis en la libertad y la capacidad del hombre de “decidir aceptar a Cristo” implica la posibilidad de colaborar con la gracia de Dios en la justificación, algo en lo que insiste la Iglesia Católica.

Resumidamente, esta ha sido la historia. Durante siglos, la influencia jesuita estuvo infiltrándose en ámbitos educativos, universitarios y teológicos en Inglaterra y América y esto produjo que los futuros líderes eclesiásticos protestantes asumieran una cosmovisión muy similar y una gran receptividad a las doctrinas de Arminio que son las que actualmente impregnan la doctrina de la mayoría de iglesias. Esto no tiene nada que ver con las teorías conspiranoicas en torno a los jesuitas que circulan y de las que hay para todos los gustos. Si este modelo de pensamiento se impuso también fue gracias a la pérdida de influencia del calvinismo en esos ámbitos. Las tres universidades americanas de mayor influencia histórica, Harvard, Yale y Princeton fueron originalmente fundadas por calvinistas, diseñadas para dar a los estudiantes una sólida base en la teología, lo mismo que en otras ramas del aprendizaje. Harvard, establecida en 1636, tuvo como propósito, principalmente, ser una escuela de entrenamiento  para ministros, y más de la mitad de sus primeras clases de graduados entraron al ministerio. Yale, a la que a veces se hace referencia como “la madre de las universidades”, fue, durante mucho tiempo, una institución puritana. Y Princeton, fundada por los presbiterianos de Escocia, tenía un riguroso fundamento calvinista. Mientras otras iglesias ordenan como ministros y misioneros a hombres sin mucha educación, las Iglesias Presbiterianas y Reformadas insisten en que los candidatos al ministerio deben ser graduados universitarios que hayan estudiado bajo la tutela de algún profesor de teología reconocido. Toda esta influencia se ha perdido y esa es la realidad. Podemos echarnos a llorar porque esta influencia educativa y universitaria en las naciones tradicionalmente protestante ahora esté en manos de los jesuitas y de instituciones vinculadas a Roma, pero eso no soluciona nada.

Hay que regresar a la enseñanza de la historia eclesiástica, pues los errores y herejías de hoy siempre son reproducción de las de ayer, así como a ser muy rigurosos en el conocimiento de las Escrituras. El arminianismo, evidente o solapado (pues hay muchos evangélicos que sin definirse como “arminianos, sin embargo, lo son), como el dispensacionalismo, es una falsedad que solo puede sostenerse con versículos sueltos de la Biblia tomados fuera de su contexto. El “Dios” arminiano no es el Dios Creador y Soberano de todos que gobierna la historia y predetermina hasta sus más mínimos detalles del que leemos en la Biblia, sino uno débil e indefenso del cual el hombre tiene la capacidad para destruir Su plan eterno. Es un falso “evangélio” diseñado para agradar la carne (no hay más que ver las excusas que dan tanto los arminianos como los admiradores católicos de Arminio, los de la “Enciclopedia Católica”), que defiende la aberración de que, “porque a mí no me gusta y me desagrada”, Dios no es absolutamente libre de elegir a una parte de la humanidad como Su pueblo porque le place, para mostrar Su gloria y para eso es Soberano, desechando a los otros, y que solo puede ser contrarrestado con la propia Palabra de Dios.



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1 comment

Anónimo | 15 de agosto de 2013, 1:32

Muy bien narrado, me quito el sombrero.Sirva,si es la voluntad de Dios,soberano e omnipotente,de edificación.

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