Amad a Vuestros Enemigos

Vamos a abrir nuestras Biblias por Jonás. Éste, como sabéis, es uno de los “profetas menores” y, aunque muy cortito, puede que uno de los libros más edificantes de la Biblia.

Como todos conocemos la historia del pez, de la que ahora hablaré, vamos a leer los Capítulos 3 y 4:

“3:1 Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: 3:2 Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré. 3:3 Y se levantó Jonás, y fue a Nínive conforme a la palabra de Jehová. Y era Nínive ciudad grande en extremo, de tres días de camino. 3:4 Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida. 3:5 Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. 3:6 Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. 3:7 E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; 3:8 sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. 3:9 ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? 3:10 Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.

4:1 Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. 4:2 Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. 4:3 Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida. 4:4 Y Jehová le dijo: ¿Haces tú bien en enojarte tanto? 4:5 Y salió Jonás de la ciudad, y acampó hacia el oriente de la ciudad, y se hizo allí una enramada, y se sentó debajo de ella a la sombra, hasta ver qué acontecería en la ciudad. 4:6 Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calabacera. 4:7 Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. 4:8 Y aconteció que al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida. 4:9 Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte. 4:10 Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. 4:11 ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?”.

Como sabemos, el libro de Jonás es uno de los más ridiculizados a la hora de atacar la Biblia. No es algo que nos deba importar mucho, pues lo fundamental es que en él hallamos las respuestas a aquello en lo que consiste el “amor a los enemigos” del que habló Jesús, y que tan tergiversado ha sido por tanto tonti-progre y tanto ateo (“Oísteis que fué dicho: Amarás á tu prójimo, y aborrecerás á tu enemigo. Mas yo os digo: AMAD Á VUESTROS ENEMIGOS, bendecid á los que os maldicen, haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos é injustos. Porque si amareis á los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también lo mismo los publicanos? Y si abrazareis á vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿no hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mateo 5:43-48).


Jonás fue citado por Jesús (“Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”, Mateo 12:40) y no hay duda que narra un hecho real. En 2 Reyes 14:25 leemos que Jonás fue un profeta, una persona muy real que vivió alrededor del tiempo del malvado Jeroboam II, el rey de Israel, el reino del norte, tras la división acontecida una vez fallecido Salomón. En aquellos años, la gran potencia regional en Oriente Medio era Asiria, gentes muy belicosas y crueles. Para sus conquistas, primero infundían terror en el enemigo y después atacaban. Según se cree, entre sus tácticas, cuando asediaban una ciudad, estaba cortar las cabezas de sus enemigos y apilarlas para aterrorizar a sus habitantes, o matar y colgar de un poste o una estaca de madera a todo aquel que intentase huir del asedio. Muchas veces, cuando atacaban, los enemigos ya estaban vencidos por el miedo. Los asirios destruyeron el reino del norte, en una época posterior a la de Jonás, llevándose cautiva a su gente: el castigo de Dios, utilizando a esta malvada gente, por los pecados de Su pueblo.

Evidentemente, los asirios eran tanto enemigos de Dios como enemigos mortales de Israel. Sin embargo, Jonás se encontró con una desconcertante orden de Dios: “La palabra de Jehová vino a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Ninivé, la gran ciudad, y predica contra ella; porque su maldad ha subido a mi presencia. Entonces Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis” (Jonás 1:1). Jonás no obedeció la voluntad de Dios, quiso seguir su propio camino, pues para él, como israelita, en ese momento, lo más importante era el odio que sentía por los asirios. Dios mandó predicar a Jonás en Nínive, capital de los asirios, que Su juicio iba a caer sobre ellos y que debían arrepentirse. Jonás, sin embargo, deseaba que el juicio de Dios cayera con todo su peso sobre estos enemigos de Israel.

Muchas veces podemos discutir con un ateo (o con los llamados “agnósticos”) y hasta exasperarnos o enfurecernos. Hasta desear que Dios los castigue porque se hayan mofado de nuestra creencia y nos hayan enojado enormemente. CUIDADO: un ateo es un enemigo de Dios, sí; pero nosotros también lo éramos antes de ser salvados por Jesucristo. Seguramente, podemos haber sido hasta más pecadores que él. Lo que quería Jonás era ver a aquella ciudad de Nínive destruida porque era el gran enemigo de su pueblo. Posiblemente Jonás hubiera sido testigo de que estos crueles, despiadados y sangrientos asirios habían atacado y saqueado en varias ocasiones a su tierra. Hasta es posible que hubiese sufrido la pérdida de algunos seres amados a manos de aquel pueblo despiadado.

Jonás intentó seguir su propio camino y escapar lo más lejos posible de Nínive (se fue en barco al oeste, al mar Mediterráneo, cuando Nínive estaba en Mesopotamia) y de la voluntad de Dios. Pero ésta es imposible de torcer. Jonás sabía cómo eran en realidad los crueles asirios. Jonás sabía que esa gente era  enemiga de Dios y que era enemiga del pueblo de Dios. Jonás conocía la gran maldad de esa gente (Jonás 1:2). Jonás era un hombre que conocía la SANTIDAD de Dios y la JUSTICIA de Dios. Jonás odiaba el pecado y quería que el pecado fuese castigado. Él NO QUERÍA QUE DIOS PERDONARA a los asirios que vivían en Nínive, él quería que Dios los JUZGARA. Por eso se negó a ir a Nínive: porque temía que Dios no destruyera esa ciudad. Los asirios nunca demostraron misericordia hacia sus enemigos, ¿por qué Dios habría de mostrar misericordia hacia ellos? Según su parecer, Dios debería JUZGARLOS y no ser BONDADOSO con ellos. Dios debería derramar rápidamente Su IRA sobre ellos, en vez de ser LENTO PARA LA IRA. Jonás pensaba que esta gente debería recibir lo que merecían, y tenía razón, de eso no hay duda. Pero Jonás necesitaba aprender una lección sobre la gracia y la misericordia de Dios. Había olvidado que todo aquel que es adoptado como parte del pueblo de Dios no lo es por ser menos pecador que quienes están fuera del mismo, sino por Su gratuita misericordia.

Jonás tomó un barco rumbo a Tarsis. Al poco, por la mano de Dios, se levantó una gran tempestad que amenazaba con partir en dos la nave. Los marineros, unos paganos, sin embargo, tras descubrir que su desobediencia a Dios era la causa de la tormenta, solo lo arrojaron por la borda como último recurso, apelando a Su misericordia para con Jonás. Es interesante que los marineros paganos estuvieran más preocupados por Jonás de lo que Jonás estaba por los asirios también paganos. Los marineros no querían  que Jonás pereciera (Jonás 1:12-14), pero Jonás quería que los asirios perecieran (Jonás 3:10 y 4:1). Además, posteriormente, Jonás estuvo más preocupado por una calabacera (una planta) que por una ciudad llena de miles de personas. Tuvo lástima de la planta y estaba enfadado cuando el gusano la destruyó (Jonás 4:6-9), pero no tenía compasión de la gente de Nínive (Jonás 4:10-11). El quería que perecieran.

Un gran “pez”, preparado por Dios, tragó a Jonás. En el vientre del pez estuvo tres días. Aquí suelen venir las carcajadas de más de uno: “¡Oooooh, la Biblia es una fábula, un mito!”. Como he comenzado diciendo, de ello debemos pasar olímpicamente. La Biblia cuenta cómo Dios preparó un pez para que se tragase a Jonás e incluso en tiempos en que se escribieron estos pasajes era algo inverosímil. No fue fruto de mentes atrasadas, primitivas y supersticiosas de hace un montón de siglos que pensaban que eso era lo más normal del mundo, como se piensa modernamente de forma tan prepotente. Cuando se escribió el Antiguo Testamento había tanta incredulidad como pueda haberla ahora. El episodio del pez tenía que ser un milagro de Dios. Aunque existen historias controvertidas de gente tragada por ballenas y que han vivido para contarlo, como la del marinero inglés James Bartley, a fines del siglo XIX, es evidente que una intervención de Dios como esa es algo que se sale de lo común dentro de lo que observamos en la naturaleza.

Jonás oró por el perdón de Dios y, al cabo de los tres días, el pez le escupió en tierra. No obstante, Dios reprendió severamente a Jonás: “La palabra de Jehová vino por segunda vez a Jonás diciendo: Levántate y vé a Nínive, la gran ciudad, y proclámale el mensaje que yo te daré” (Jonás 3:1-2). Jonás comenzó a predicar en Nínive que sus días no iban a ser más que cuarenta antes de ser destruida (3:4). Normalmente, un mensaje de este tipo no era escuchado, pero, en este caso, sí lo fue y hubo un arrepentimiento sincero por parte de los habitantes de Nínive: “Y los hombres de Nínive creyeron á Dios, y pregonaron ayuno, y vistiéronse de sacos desde el mayor de ellos hasta el menor de ellos. Y llegó el negocio hasta el rey de Nínive, y levantóse de su silla, y echó de sí su vestido, y cubrióse de saco, y se sentó sobre ceniza. E hizo pregonar y anunciar en Nínive, por mandado del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna, no se les dé alimento, ni beban agua: Y que se cubran de saco los hombres y los animales, y clamen á Dios fuertemente: y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que está en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y arrepentirá Dios, y se apartará del furor de su ira, y no pereceremos? Y vió Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino: y arrepintióse del mal que había dicho les había de hacer, y no lo hizo”. Fue sincero por cuanto no solo se arrepintieron “de boquilla”, sino que hubo un verdadero cambio en ellos. En el Evangelio de Lucas, en el capítulo 11, Jesús dice: “Porque como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así también lo será el Hijo del Hombre para esta generación” (Lucas 11:30). Como Jonás había sido una señal y llamada al arrepentimiento a los paganos de Nínive, Él lo iba a ser para todo el mundo.

Cuidado: no digo necesariamente que los habitantes de Nínive tuvieran un arrepentimiento para salvación. Puede que fuera un arrepentimiento pasajero, como el de Faraón tras algunas de las plagas de Egipto, por ejemplo, es decir, un arrepentimiento carnal. Lo esencial es que Dios quiso tener misericordia con esos paganos asirios tan impíos y demostrarnos que nuestra condición por sí misma es tan miserable y necesitada de Su gracia como la de ellos.

En el Capítulo 4 Jonás confiesa a Dios porqué le desobedeció: “Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y enojóse. Y oró á Jehová, y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me precaví huyendo á Tarsis; porque sabía yo que tú ERES DIOS CLEMENTE Y PIADOSO, TARDO Á ENOJARTE, Y DE GRANDE MISERICORDIA, Y QUE TE ARREPIENTES DEL MAL” (4:1-3).

¡ANDA! ¿No se suponía que el Dios del Antiguo Testamento es otro “Dios” distinto al del Nuevo? ¿No era un tirano, despiadado, cruel, vengativo, implacable, y que “¡aaaaaaay, que mata a muchaaaaa genteeeeeee!”? Todo lo contrario, es el Dios eternamente misericordioso, compasivo, Santo y bueno. Y también muy justo. Por eso no puede tolerar el pecado. Pero, a la vez, da una y otra oportunidad al pecador impío para arrepentirse de su pecado. Por eso dio una y otra oportunidad al Faraón y a Egipto de liberar a los israelitas. Por eso dijo que, si solo había diez justos en Sodoma, no la destruiría por AMOR a esos diez.

¡QUÉ GRAN MENSAJE DE DIOS PARA TODOS NOSOTROS!

Dios se había apiadado de aquellos habitantes de Nínive, a pesar de que Jonás les odiase, y, en muchas ocasiones, somos muy parecidos a Jonás en nuestra forma de proceder.

También tenemos a nuestro alrededor a personas que son incrédulas, enemigas de Dios y desobedientes. Sin embargo, en muchas ocasiones, ello lo tornamos no como una ofensa a Dios, sino como una ofensa a nosotros mismos. Jonás estaba muy enojado porque Dios fuera tan misericordioso con los asirios (Jonás 4:2). ¡Qué necios somos muchas veces, olvidando que nosotros mismos no mereceríamos absolutamente nada de Dios! Todo lo que recibimos es un regalo. Deberíamos estar agradecidos cada día, y hasta cada hora, de que Dios sea MISERICORDIOSO y LENTO PARA LA IRA. Si no lo fuera, todos estaríamos condenados, por cuanto todos hemos pecado, todos estamos destituidos de la gloria de Dios. Podemos dar gracias a que la “salvación es de Jehová” (Jonás 2:9). Estamos llamados a ser una señal para esa gente, pero a veces no lo somos porque nos hemos sentido ofendidos personalmente en muchas ocasiones por ellos (NO porque hayan ofendido a Dios). Sin embargo, Jesucristo dijo muy claramente (y repetimos): “Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:40). El mensaje fundamental del cual debemos ser luz y testimonio a todo el mundo es de que un día fuimos pecadores perdidos y andando en la muerte, sin Cristo, sin Dios, pero que hay un Dios que puede producir vida en donde lo único que hay es muerte, que puede resucitar a aquellos que han sido tragados por la pecaminosidad del mundo, como Jonás fue tragado en el vientre de un pez, perdidos, sin esperanza, y redimirlos. Y los testimonios de ello son las vidas resucitadas de los que, como Jonás, proclaman de este maravilloso mensaje.

Este es el gran AMOR A NUESTROS ENEMIGOS: ANUNCIARLES EL EVANGÉLIO.

Artículo publicado por colaboración y autorización expresa de Liberalismo sin Tregua.


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