El Dios de nuestra Salvación
Todos los que participamos del mismo Espíritu, estamos por naturaleza inclinados a pensar, sentir, hablar no siempre las mismas palabra, pero sí con un mismo sentido, está claro que esto sucede en nosotros de una manera imperfecta. De modo que nuestra exclamación a Dios, no proviene de nuestra naturaleza, sino de ese mismo Espíritu que está en nosotros, que intercede, guarda, dirige y alimenta, así como el embrión es sustentado en el vientre materno, pero en este caso, la mente natural no lo puede entender.
Por esa misma razón, no idolatramos a ningún hombre. Porque no hay nadie que tenga algo que no le haya sido dado, pero sí reconocemos si es un siervo fiel o no.
Y desde luego damos gracias a Dios por todo lo que Él permite en nuestras vidas y especialmente por sus siervos fieles que Él haya levantado en el tiempo e historia.
Esta vez quiero presentaros un apartado del libro “Esperando en Dios” de Andrew Murray, espero que sea edificante.
¡A Él sea solo la gloria!
Luis Sangareau
Solamente en Dios descansa mi alma; de El viene mi salvación. (Salmo 62:1) Si la salvación viene verdaderamente de Dios, y es enteramente obra suya, como fue nuestra creación, resulta, de modo natural, que nuestro principal deber es esperar en El para que haga la obra como a Él le agrade. El esperar pasa a ser el único camino para llegar a la experiencia de la plena salvación, el único camino, en realidad, de conocer a Dios como el Dios de nuestra salvación.
Todas las dificultades que se pueden esperar, impidiéndonos la plena salvación, tienen su origen en esto: el conocimiento y la práctica deficientes de esperar en Dios. Todo lo que la Iglesia y sus miembros necesitan para la manifestación del gran poder de Dios en el mundo es regresar a nuestro lugar debido, el lugar que nos corresponde, lo mismo en la creación que en la redención, el lugar de una dependencia absoluta e incesante en Dios. Esforcémonos por ver cuáles son los elementos que hacen esta espera en Dios bendita y necesaria. Puede sernos de ayuda para descubrir las razones por las que la gracia es tan poco cultivada, y sentir lo infinitamente deseable que es que la Iglesia, y nosotros mismos, descubramos este bendito secreto a cualquier precio. La necesidad profunda de este esperar en Dios se halla igualmente en la naturaleza del hombre y la naturaleza de Dios. Dios, como Creador, formó al hombre, para que fuera un vaso en el cual El pudiera manifestar su poder y su bondad. El hombre no había de tener en sí la fuente de su vida, su fuerza, su felicidad. El Dios eterno y viviente había de ser en todo momento el que le comunicara todo lo que necesitaba. La gloria y la bienaventuranza de Dios no habían de ser su independencia, o sea, el depender de sí mismo, sino el depender de Dios en sus infinitas riquezas y amor. El hombre había de tener el gozo de recibirlo todo, en todo momento de la plenitud de Dios. Este era el estado de bienaventuranza de la criatura, antes de la caída. Cuando tuvo lugar la caída, pasó a ser aún más dependiente de Él, de forma absoluta. No podía haber la más pequeña esperanza de recuperación de su estado de muerte sino en Dios, en su poder y en su misericordia. Es sólo Dios que empezó la obra de la redención. Es sólo Dios que la continuó y la lleva a cabo, en todo momento en cada creyente individual. Incluso en el hombre regenerado no hay poder de bondad en él. No puede ni tiene nada que no lo haya recibido; y el esperar en Dios le es igualmente indispensable, y debe ser tan continuo e incesante, como el respirar que mantiene su vida natural.
Es, pues, porque los creyentes no conocen bien su relación de absoluta pobreza e invalidez, con respecto a Dios, que no tienen sentido de su dependencia absoluta e incesante, y de la bienaventuranza inefable de esperar en Dios de modo continuo. Pero, una vez un creyente ha empezado a verlo, y consiente en ello, por medio del Espíritu Santo recibe en todo momento lo que Dios obra; el esperar en Dios pasa a ser su esperanza y su gozo. Al captar cómo Dios, en cuanto Dios y amo infinito, se deleita en impartirle su propia naturaleza a su hijo, tan plenamente como este hijo puede aceptarlo, cómo Dios no se cansa en ningún momento de cuidar de su vida y fortalecerle, el creyente se maravilla de que hubiera pensado con respecto a Dios, de modo distinto, al de un Dios en quien esperar constantemente. Dios dando y obrando sin cesar; el hijo incesantemente esperando y recibiendo; ésta es la vida bienaventurada. «Solamente en Dios descansa mi alma; de Él viene mi salvación.» Primero esperamos en Dios: para recibir la salvación. Luego sabemos que la salvación es sólo para llevarnos a Dios y enseñarnos a esperar en Él. Luego encontramos que hace algo mejor todavía, que el esperar en Dios,es en sí mismo la mayor salvación. Es darle a Él la gloria de serlo Todo; es experimentar que Él es el todo en nosotros. ¡Que Dios nos enseñe la bienaventuranza de esperar en Él! ¡Alma mía espera sólo en Dios! (Andrew Murray)
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