San Agustín y los Protestantes
El propósito de este estudio dominguero es arrojar un poco de luz y ayudar a algunos cristianos protestantes a que dejen de hacer el ridículo cuando se meten en los berenjenales de algunos debates teológicos con católicos y les da por colar a San Agustín (o a otros de los denominados “Padres de la Iglesia”) como apoyo a sus posturas, presentándolo casi como un “protestante que vivió en el siglo V”. ¿Ridículo? Sí, ridículo y vamos a ver porqué motivo.
Es un problema de poca formación y de tener en mente ciertos prejuicios y estereotipos. ¿Qué tipo de prejuicios y estereotipos? El primero, la idea de muchos protestantes de que todos los católico-romanos son unos ignorantes de su propia fe. Sí, los hay así, aunque habría que precisar que a estos en realidad ni siquiera “católicos” se los puede llamar, más bien participan en algunas ceremonias católicas puntuales (los bautizan, hacen la comunión, se casan en una iglesia, sus hijos siguen esa costumbre) pero en la práctica están fuera de la fe católica, fuera de esos días señalados casi nunca vuelven a pisar la iglesia. Para ellos el catolicismo es como una costumbre social y se limitan a repetir lo que sus padres o quienes les rodean hacen. En España esto es muy usual. Pero fuera de esto, sí los hay que saben y conocen muy bien lo que creen y porqué lo creen, incluso hay verdaderos eruditos y estudiosos con un alto nivel intelectual.
Un segundo estereotipo es que la propia Iglesia de Roma, como institución, está “en la inopia”. Quiero decir, creen que Roma idea sus doctrinas prácticamente de la nada, y que ignoran tanto la Biblia, como la patrística como la historia. Piensan que los grandes teólogos católicos no saben nada de nada, que no han leído la Biblia o que desconocen lo que decían en los primeros siglos los “Padres de la Iglesia”, hasta el punto de que el primero en leer todo eso habría sido Lutero en el siglo XVI. Hasta cierto punto es verdad que uno de los males endémicos del catolicismo romano fue la ignorancia y analfabetismo de muchos clérigos y sacerdotes durante los tiempos de la Iglesia medieval y la proliferación de toda clase de supersticiones, pero ignoran estos señores protestantes que el catolicismo romano es un sistema muy bien tejido y pulido a lo largo de los siglos y los siglos, muy bien puesto a punto, muy bien montado y engrasado para que todos sus puntos encajen (aunque sea solo en apariencia y sobre la letra) con la Biblia. Es una obra de muchas mentes brillantes (algunas de ellas, las más brillantes de su época) trabajando durante siglos. Todo está medido y calculado. Por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica es una síntesis impresionante de la sabiduría milenaria de la Iglesia Católica Romana. El mismo proporciona una muestra de la habilidad que tiene en dominar y condensar la historia, la doctrina y la cultura. Asimismo, se observa la misma maestría cuando se hace un análisis minucioso de una celebración litúrgica. Cada gesto, movimiento, acción, palabra, etc., es un detalle que forma parte de una totalidad. La atención esmerada a todos los eventos, sean universales o particulares, es una peculiaridad que distingue al catolicismo romano. La Iglesia Católica sí utiliza pasajes bíblicos para fundamentar sus doctrinas peculiares (por “peculiares” me refiero a aquellas en que difiere de otras iglesias de la cristiandad) y sí conoce y utiliza la patrística para ello, es más, es considerada fuente de revelación, la “Tradición”.
¿A qué viene todo esto? Bien, no es la primera vez que veo o leo sobre debates en internet entre protestantes y católicos, en los que los primeros si no están muy formados (lamentablemente eso se da cada vez más en la iglesia), sin haber leído ni una sola línea de este autor, se tiran a la piscina (una piscina sin agua) diciendo que San Agustín, tenía posturas “protestantes”, especialmente en su interpretación de Mateo 16:18, la cual, según él, implicaban un rechazo a la interpretación católica actual sobre el primado de Pedro y el Papado. Luego, claro, se pegan el testarazo y les dan por todos lados cuando empiezan a sacarles citas de San Agustín donde defiende el Primado de la Sede Romana, el purgatorio, la transustanciación, el bautismo como limpieza del pecado original, la mariología, etc… ¿No era un “protestante” San Agustín? Pues parece que no. Que, antes al contrario, era un defensor del Papado que en su época ya estaba adoptando y definiendo las características actuales.
Todo hay que decirlo, y por ahí hay que empezar, Aurelio Agustín, o San Agustín, fue alguien que hizo un gran servicio a la cristiandad. Nacido el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste, en el norte de África, el obispo de Hipona (en la actual Argelia) llegó a ser el gran opositor de la herejía pelagiana que estaba infectando a la Iglesia de esa época, al percatarse del peligro que suponía esta doctrina (también es de destacar su oposición al maniqueismo, el arrianismo, el priscilianismo y el donatismo). Vio claramente que el honor y la gloria de Dios iban cediendo su lugar a la alabanza del hombre a medida que la herejía del monje inglés Morgan Pelagio cada vez tenía más aceptación dentro de la Iglesia. A ello se opuso, con valor, San Agustín. De acuerdo con la enseñanza de la Biblia, declaró que la base de nuestra salvación se halla solamente en Dios y en Su soberana elección en Cristo. El hecho de que una persona nazca en un país cristiano y otra en un país pagano, el hecho de que uno oiga el Evangelio y otro no, es cosa que no depende del mérito de pueblos más o menos desarrollados. No depende del hecho de que Dios previera quiénes iban a elegir aceptar el Evangelio y quiénes no, como defendían los pelagianos. El pelagianismo era tan atractivo porque era un moralismo que exaltaba al hombre y hacía depender la gracia de Dios del libre albedrío y la buena elección de los humanos. A muchos les era muy dura la doctrina de la elección divina, que afirmaba que unos habían sido elegidos por Dios para la vida eterna y otros para la eterna condenación. Pero la Biblia enseña que la salvación es únicamente por la gracia de Dios sin que el hombre tenga posibilidad de aceptarla por su propia voluntad. San Agustín condenó con indignación la herejía de Pelagio y confesó que la causa de la elección se halla solamente en la soberana voluntad de Dios. Su obra llevó mucho fruto y la Iglesia de Occidente condenó el pelagianismo en el Sínodo de Cartago del año 416. La Iglesia de Oriente también estuvo completamente de acuerdo, como lo confirmó en el Concilio de Éfeso del año 431. La valerosa lucha de San Agustín libró a la Iglesia de la trampa pelagiana y su obra en este campo fue de gran bendición al afirmar la soberanía absoluta y la gracia de Dios.
Hasta aquí la idea agustiniana de la necesidad de la gracia divina, idea de la necesidad absoluta en la que han coincidido católicos y protestantes, aunque difieran en su forma de aplicación a la salvación del hombre. El catolicismo romano admite que el hombre caído no puede merecer nada, no hay bien alguno en él ni puede ganar la salvación por sí mismo. Pero (y ahí empieza la diferencia con el protestantismo reformado) no puede hacer mérito alguno para salvarse hasta que el Espíritu Santo le hace partícipe de la nueva vida mediante la “infusión” de la gracia basada en los méritos de Jesucristo. Ahí se produce la regeneración, el borrado del pecado original (a través del bautismo), la expulsión de los hábitos pecaminosos y comienzan a producirse frutos de justicia. La diferencia esencial con el protestantismo es que mientras éste defiende que esos frutos de justicia se producen pero no son causa de la salvación, sino prueba de la misma, para el catolicismo estas obras hechas después de la regeneración por la gracia de Dios tienen verdadero mérito (“meritum condigni”), y son la base para la segunda justificación: la primera justificación consiste en hacer el alma inherentemente justa por la infusión de la justicia. Según este punto de vista, no somos justificados por obras hechas antes de la regeneración, sino que somos justificados para obras de gracia, esto es, para obras que brotan del principio de la vida divina infundida en el corazón y que llevan a la salvación directa al Cielo o, si quedan “pecados veniales” no expiados, al purgatorio como paso previo. La justificación por gracia de Dios en el protestantismo es “para estado final de salvación” diríamos, sin que el mérito y las obras sean lo que motiva esa salvación, mientras que en el catolicismo es para capacitar al creyente para practicar la justicia y las obras de salvación. Esa es la diferencia básica entre las dos doctrinas. Aunque la coincidencia de las dos con el agustinianismo es la necesidad absoluta, total e ineludible de la gracia de Dios para regenerar al hombre caído, perdido y pecaminoso, si no la recibimos no podemos hacer nada por nuestra propia voluntad, pues está siempre estará inclinada al pecado.
¿Qué otras cosas defendió San Agustín?
Pues, por ejemplo, defendió el “Primado de la Sede de Roma”, la institución de Pedro como primer Papa, la sucesión apostólica y la autoridad de la Iglesia de Roma (no voy a aburrir a base de citas, solo voy a poner unas pocas muestras):
San Agustín, Ep 43,3,7: “Veían que Ceciliano estaba unido por cartas de comunión a la Iglesia romana, en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica”.
San Agustín, Serm.120 n.13: “No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana“.
San Agustín. C. ep. Man. 4,5: “Aún prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy''
San Agustín. Ep. 53,2: “Si la sucesión de obispos es tomada en cuenta, cuanto más cierta y beneficiosa la Iglesia que nosotros reconocemos llega hasta Pedro mismo, aquel quien portó la figura de la Iglesia entera, el Señor le dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!”. El sucesor de Pedro fue Linus, y sus sucesores en orden de sucesión ininterrumpida fueron estos:[…]”
San Agustín. C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2: “No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica”.
La virginidad perpetua de María:
San Agustín. Serm. 51,18: “Virgen concibió, virgen dio a luz y virgen permaneció”
La vida de María limpia de pecado:
San Agustín. De nat. et. gr. 36,42: “Excepción hecha de la santa Virgen María, de la que, por el honor debido al Señor, no tolero en absoluto que se haga mención cuando se habla de pecado”.
La limpieza del pecado original por el bautismo:
San Agustín. Contra Iulianum Pelagianum II, XVIII, 33: “Este nuestro adversario, apartándose con los pelagianos de la fe apostólica y católica, no quiere que los que nacen estén bajo el dominio del diablo, para que lo párvulos (niños) no sean llevados a Cristo, arrancados de la potestad de las tinieblas y trasladados a su reino. Y especialmente acusa a la Iglesia extendida por el mundo entero, donde todos los infantes en el bautismo reciben en todas partes el rito de la insuflación no por otra razón sino para arrojar fuera de ellos al príncipe del mundo, bajo cuyo dominio necesariamente están los vasos de ira desde que nacen de Adán si no renacen en Cristo y son trasladados a su reino una vez que hayan sido hechos vasos de misericordia por la gracia”.
El Purgatorio y la conveniencia de las limosnas y oraciones para aliviar la pena de los difuntos que se encuentren allí:
San Agustín. La Ciudad de Dios, XXI. XXIV, 2: “Las oraciones de la Iglesia, o de buenas personas, son oidas en favor de aquellos cristianos que partieron de esta vida no siendo tan malos como para ser considerados indignos de misericordia, ni tan buenos como para tener derecho a una dicha inmediata. Asi también, en la resurrección de los muertos, se hallará a algunos a los que se les impartirá misericordia, habiendo pasado por aquellas penas a las que son susceptibles los espíritus de los muertos. De otra manera no se habría, dicho de algunos con verdad que su pecado “no será perdonado, ni en este mundo, ni en el venidero”, a no ser que algunos pecados pudieran ser remitidos en el mundo venidero”.
San Agustín. De las ocho preguntas de Dulcicio, 2, 4: “No se puede negar que las almas de los difuntos son aliviadas por la piedad de los parientes vivos, cuando se ofrece por ellas el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia. Pero estas cosas aprovechan a aquellos que, cuando vivían, merecieron que les pudiesen aprovechar después. Pues hay un cierto modo de vivir, ni tan bueno que no eche de menos estas cosas después de la muerte, ni tan malo que no le aprovechen mas hay tal grado en el bien, que el que lo posee no las echa de menos, y, al contrario, lo hay tal en el mal, que no puede ser ayudado con ellas cuando pasare de esta vida. Por lo tanto aquí adquiere el hombre todo el mérito con que pueda ser aliviado u oprimido después de la muerte. Nadie espere merecer delante de Dios, cuando hubiere muerto, lo que durante la vida despreció” .
San Agustín. La piedad con los difuntos, 1, 3: “Leemos en los Libros de los Macabeos que fue ofrecido un sacrificio por los difuntos. Y, a pesar de que en ningún otro lugar del Antiguo Testamento se lee esto, no es poca la autoridad de la Iglesia universal que se refleja en esta costumbre, cuando, en las oraciones que el sacerdote ofrece al Señor, nuestro Dios, sobre el altar, tiene su momento especial la conmemoración de los difuntos”.
Eucaristía: aunque buscó diversos simbolismos en la Eucaristía, no deja de expresar claramente muchas otras veces la fe en la presencia real de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino, lo que sería posteriormente definido como “transubstanciación”.
Hay que tener en cuenta que en su época no existía parte de la terminología católica romana sobre algunas doctrinas, pero su enseñanza era en gran parte la misma. Algunos de sus escritos pueden ser algo ambiguos, pero en general son bastante coherentes con creencias de la Iglesia Católica de su tiempo que siglos después serían formuladas teológicamente. No hay que olvidar que la católica, como otras teologías, ha ido desarrollándose y puliéndose a lo largo de los siglos.
San Agustín fue un defensor del incipiente monasticismo. Junto con Ambrosio, el obispo de Milán y alguien fundamental en la conversión de Agustín al cristianismo, fue un puntal fortísimo para la consolidación en sus tiempos del poder papal. San Agustín aplicaba el platonismo a la teología cristiana (de hecho, afirmaba que Platón le había sacado de la herejía maniquea), de forma similar a como en el siglo XIII Tomás de Aquino aplicó a Aristóteles, es decir, en Agustín tenemos ya la mezcla entre la Escritura y la filosofía clásica en el catolicismo, entre la enseñanza bíblica y doctrinas de hombres. De hecho, hasta el tomismo, el catolicismo romano fue platónico-agustiniano. Tan es así que el 20 de septiembre de 1295 fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Bonifacio VIII.
En algún escrito hizo una interpretación de Mateo 16:18 fundamentada en que la roca es la confesión de Pedro, no el propio Pedro: “Cristo, como ves, edificó su Iglesia no sobre un hombre sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál es la confesión de Pedro? ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’. Aquí está la roca para vosotros, aquí el fundamento, aquí es donde la Iglesia ha sido construida, la cual las puertas del inframundo no pueden conquistar”. Hay protestantes que sin mucho conocimiento lo han empleado para decir que San Agustín negaba el papado, pero esto en absoluto es así, pues en realidad consideraba compatibles las dos interpretaciones: la roca-la confesión de Pedro, y la roca-Pedro mismo. ¿Cómo se explica entonces que Agustín defendiera la primacía de Roma y la sucesión apostólica desde Pedro si, como dicen, ”negaba el papado”?
Juan Calvino citó y utilizó mucho a San Agustín, leyendo sus obras (sobre todo su “Institución de la Religión Cristiana”) nos encontramos con múltiples citas del obispo de Hipona (también de otros “Padres”). Algo normal en el siglo XVI, puesto que aún no había una teología reformada totalmente sistematizada, los “Padres de la Iglesia”, con los errores que tuvieran, aún no era una fuente tan “contaminada” por el oscurantismo que vendría después, y, por otra parte, Calvino intentaba defenderse de las acusaciones desde Roma de estar “inventando” una “nueva religión”, presentando el argumento de que muchos de sus puntos de vistas eran compartidos por la Iglesia en los primeros siglos. Sin embargo, recordando la cita del Apóstol Pablo en 1 Corintios 3:11-15, Calvino también dijo que Agustín había tenido como fundamento a Cristo y sobre ese fundamento había edificado con oro, plata y piedras preciosas, aunque también había sobreedificado con madera, heno y hojarasca, con lo cual, estás últimas obras habrían quemadas, pero él habría sido salvo aunque “así como por fuego” (muy curioso que Calvino usara la cita que San Agustín empleó, y que emplea aún la Iglesia de Roma, para defender el Purgatorio, una defensa que sería una de esas “obras de madera, heno y hojarasca” que habrían sido quemadas por el fuego). Algo muy similar dijo también Calvino sobre San Jerónimo.
Que yo sepa, ninguna denominación protestante defiende que los obispos de Roma son los sucesores de Pedro y la sede apostólica es la Iglesia de Roma, ni se someten a la autoridad del Papa, ni creen en el Evangelio en base a la autoridad de la Iglesia Católica Romana ni que ésta sea quien transmita la tradición y la interprete, ni que María es siempre Virgen, ni que vivió sin pecado, ni que el bautismo sea necesario para la salvación, ni en que limpie el pecado original y los demás pecados, ni en el Purgatorio, etc… Entonces, ¿cómo dicen que San Agustín tenía posturas opuestas a lo que hoy defiende el catolicismo romano y, no solo eso, sino que, al contrario, serían más bien “protestantes”? Si es que HAY QUE LEER UN POCO MÁS.
Aún hoy día hay cristianos protestantes que buscan el aval o la legitimidad en posturas de éste o aquel autor de la “Iglesia primitiva” más que en la Santa Biblia. Los “Padres de la Iglesia” parecen, para este fin, una fuente con el suficiente prestigio (y lo peor es que muchas veces afirman defender lo mismo que los autores patrísticos… sin haberse leido ni una sola línea de ninguno de ellos). Consideran que la llamada “Iglesia primitiva”, antes de la legalización del culto cristiano por el emperador Constantino en el año 313, era perfectamente inmaculada y sin mancha y que las corrupciones empezaron en el siglo IV. Esto es inexacto: los errores y la mezcla con humanismo secular y paganismo ya comenzó en el siglo I. Incluso en los tiempos del Nuevo Testamento. No hay más que leer las Cartas de Pablo, o las Cartas a las siete iglesias de Apocalipsis. No es nada raro: actualmente también tenemos que seguir luchando contra el mundanismo y el secularismo del mundo incrédulo que nos rodea, así como la Iglesia primitiva constantemente tenía el problema de la infiltración del paganismo romano. La aparición y consolidación de un poder como el del papado fue el resultado de un proceso de unos tres siglos, en el que los “Padres de la Iglesia”, San Agustín incluido, tuvieron un papel muy importante, pese a los indudables aciertos que pudieran tener en la lucha contra algunas de las herejías que ya entonces estaban surgiendo como hongos y en defensa de doctrinas cristianas esenciales como la divinidad de Cristo, la Trinidad o la Gracia soberana de Dios, que tan en duda estaban siendo puestas entonces. Y pese a que la mayoría fueran verdaderos creyentes, como el mismo San Agustín, salvos, aunque así como por fuego, dada toda la madera, la hojarasca y la paja que añadieron al único fundamento de Jesucristo.
Artículo publicado por colaboración y autorización expresa de Liberalismo sin tregua
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