¡Sólo hay un Dios, a Él serviremos!

Hoy quisiera compartir con vosotros estos párrafos que leí en el libro de Spurgeon: “Los tesoros de David”, comentando él algo sobre el salmo 16. He escogido pasajes sueltos.
Yo personalmente los encuentro edificantes, ya que nos llama a una vida Teocéntrica, a la cual hemos sido llamados. Y hablamos de esta cosas, porque ellas son la razón de nuestro servicio y amor los unos con los otros. Aunque nos respetemos “mucho”y nos llevemos “muy bien”, cosas que están muy bien, si nuestra comunión está llena de vanidades, estará vacía y tendremos que pensar... ¿donde está ese amor?
Digamos pues como el salmista: Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación.


¡Gracias Señor!


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Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otros dioses. Los creyentes de mera profesión con frecuencia son lentos en servir al verdadero Señor, pero los pecadores sirven diligentes a otros dioses. Corren como locos en tanto que nosotros nos arrastramos como caracoles. Que su celo sea un reproche para nuestra tardanza. Con todo, cuanto más corren, peor, porque sus aflicciones serán multiplicadas por su diligencia en multiplicar sus pecados. Matthew Henry dijo: “El que multiplica los dioses multiplica sus propias aflicciones; porque el que cree que un Dios es demasiado poco, hallará que dos son demasiados, y, con todo, centenares no le bastarán.”



Las crueldades y dificultades que sufren los hombres por causa de los falsos dioses son asombrosas; nuestros misioneros informan en abundancia sobre este punto; pero quizá nuestra propia experiencia es igualmente vívida en lo que nos dice; porque cuando hemos dado nuestro corazón a los ídolos, más tarde o más temprano hemos tenido que sufrir por ello.

Moisés desmenuzó el becerro de oro, y molió el polvo y lo echó en el agua de la cual bebía Israel, y lo mismo nuestros ídolos queridos pasarán a ser porciones amargas para nosotros, a menos que los abandonemos.
No hay comunión posible entre el pecado y el Salvador. Él vino para destruir las obras del diablo, no para aliarse con ellas o favorecerlas. De ahí que rehusara el testimonio de los espíritus impuros en cuanto a su divinidad, porque no quería tener contacto alguno con las tinieblas. Deberíamos tener cuidado extremo en no relacionarnos en el menor grado con la falsedad en la religión.

No ofreceré yo sus libaciones de sangre. El viejo proverbio dice: “No es seguro comer en la
mesa del diablo, por larga que sea la cuchara.”

El mero mencionar las palabras zafias es algo que hemos de evitar: ni en mis labios tomaré sus nombres. Si permitimos que el veneno se ponga en contacto con los labios, es posible que antes de poco penetre en el interior, y es bueno mantener fuera de la boca lo que no queremos que entre en el corazón. Si la iglesia quiere gozar de su unión con Cristo, debe romper todos los lazos de impiedad y mantenerse pura de todas las contaminaciones del culto de la voluntad carnal, que ahora contamina el servicio de Dios.
El reconocer la presencia del Señor es el deber de todo creyente: “He puesto al Señor siempre delante de mí.” Y el confiar en el Señor como nuestro campeón y guarda, es el privilegio de todo santo: “porque El está a mi derecha, y no seré zarandeado.” C. H. S.

Luis Sangareau



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