¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN? Dicen los evolucionistas: “Dadnos millones y millones de años, y una ciega casualidad hará lo demás”. El tiempo y la casualidad son los dioses que engendran la evolución. Hay un cráneo humano bien conocido de un alejado antepasado nuestro que lleva el boni-to nombre de “Zinjanthropus”. Por cierto método, se ha establecido que este cráneo tiene 1.750.000 años de edad. Pero el Dr. Whitelaw recientemente ha aplicado el método radio-carbono al mismo cráneo y ha encontrado que su edad es de ¡10.000 años! Una diferencia bastante grande, ¿no te parece? ¡Pero la cosa todavía tiene más gracia! Durante los últimos años, el método radiactivo se ha aplicado a rocas volcánicas que se sabe que han sido formadas tan sólo hace 100 ó 200 años, durante unas erupciones volcánicas.

A unos científicos que no sospechaban nada, se les pidió que determinaran la edad de esas rocas, y ¿qué es lo que descubrieron? Lo has adivina-do: ¡millones y millones de años! Y esto ocurrió no una vez, sino muchas veces, con piedras procedentes de todas partes del mundo. ¿Pudiera ser que algo funcione mal con los muy caca-reados métodos para determinar la edad y con toda la escala geológica del tiempo? Es una tontería afirmar que la evolución es más científica que la creencia en la creación. Si una de las dos fuera más científica que la otra, se podría averiguar de una sola manera, a saber: cuando uno inicia un proyecto particular de investigación, tiene que atreverse, sobre la base de su convicción o de su teoría, a hacer predicciones concretas en cuanto a lo que espera encontrar. Si esas predicciones no se materializan, entonces su teoría quedará “hecha polvo” o, por lo menos, seriamente dañada. Pues bien, ¡eso es precisamente lo que sucedió en la épo-ca de los primeros vuelos a la Luna! Los evolucionistas sostenían que la Luna tenía billones de años de edad y que, a través de todos esos años, los meteoritos vienen estrellándose sobre ella (puesto que la Luna no tiene atmósfera, los meteoritos no se pulverizan o desintegran por fricción antes de estrellarse sobre la superficie de la Luna). Así que tenía que haber una espesa capa de polvo en la Luna, la cual, habida cuenta de la tremenda edad del satélite, tendría que tener un grosor de dos metros. Por lo tanto, los vehículos alunizadores se proveyeron de espe-ciales y costosas patas amortiguadoras. “Compañeros” –dijeron los creacionistas—“podéis ahorrar todo ese dinero, porque la Luna a lo más tiene 10.000 años de existencia y ¡apenas habrá allí una pulgada de polvo!” Pues bien, ésa fue una predicción concreta, ¿no es verdad? Por una vez podríamos ver quién tiene razón. Pero ya conoces la respuesta: cuando los prime-ros hombres anduvieron por la Luna, se vieron obligados a reconocer que, para su sorpresa, apenas había una pulgada de polvo sobre la superficie de la Luna. Y éste es solamente un ejemplo. ¿Comprendes por qué alguna gente encuentra el creacio-nismo más acepto que el evolucionismo? Un profesor de física de la Universidad de Tejas, Teodoro Barnes, es una de esas personas. Recientemente almorcé con él, y me habló acerca de su estudio del magnetismo terrestre. Sabes que la Tierra tiene un campo magnético que hace que la aguja de una brújula siempre apunte hacia el norte. Pero ¿sabes que estas fuerzas magnéticas, muy lentamente, se están debilitando? El profesor Barnes ha medido este proceso de debilitamiento con mucha precisión y ha calculado que la Tierra, a lo más, puede tener 10.000 años. Si la Tierra fuera mucho más antigua, su magnetismo tendría que haber sido tan fuerte que la Tierra habría estallado en pedazos, desgarrada por sus propias fuerzas magnéti-cas. Barnes también ha escrito un libro sobre esto. Esta clase de problemas nunca se da a conocer al gran público. El ciudadano de a pie forzosamente ha de creer que todo va bien con la teoría de la evolución. Se suprimen los hechos. ¿Qué piensas de esto, por ejemplo? Afirman los evolucionistas que los dinosaurios se habían extinguido unos 70.000.000 de años antes de aparecer el hombre en escena. Pero supongamos que encontramos estratos con huellas petrificadas de patas de dinosaurios y, a la vez, de pies de hombres. ¿Qué pasaría entonces? Supongamos que las pisadas incluso se hallaran unas encima de otras, de suerte que no pudiéramos dudar de que se originaron al mismo tiempo. ¿No nos veríamos obligados a concluir que los hombres y los dinosaurios vivieron al mismo tiempo? Pues bien, ¡eso es exactamente lo que se ha hallado en rocas cretáceas en las orillas del río Paluxy, cerca del pueblo de Glen Rose, en Tejas! Hábiles geólogos han estudiado cuidadosamente aquellas huellas de pisadas por medio de métodos especiales, para asegurarse de que realmente proceden de dinosaurios y hombres, y de que no son esculturas. Pero ¿te das cuenta de lo que significa este descubrimiento (y éste es solamente uno de muchos)? “Si realmente es verdad” –escribió un geólogo—“que el hombre y los dinosaurios vivieron al mismo tiempo, entonces toda la historia geológica se derrumba, y ¡más valdrá que los geólogos se hagan camioneros!” Entonces, ¿qué es lo que hacen los geólogos evolucionistas? O bien se enfadan mucho y gritan: “¡Engaño, mentiras!”; o bien recurren a disertaciones muy complicadas que nadie en-tiende, pero que tienen como propósito demostrar que, así y todo, tienen razón; o si no, sim-plemente se encogen de hombros con actitud de superioridad y hacen caso omiso de todo el asunto. Licencia de Creative Commons
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