LA LIBERTAD CRISTIANA
El tema de la libertad cristiana es muy importante,
pues sin su conocimiento difícilmente nos atreveremos a emprender nada sino
entre dudas. Muchas cosas nos harán detenernos y volvernos atrás, y andaremos
siempre con vacilaciones y temores.
Pero esta tema suele suscitar dos errores muy
comunes. Por un lado, están los que dan rienda suelta a sus apetitos, y, por el
otro, los que se escandalizan. Los primeros, con el pretexto de la libertad,
dejan a un lado toda obediencia a Dios y se entregan a una vida desenfrenada.
Los segundos se indignan y no quieren ni oír hablar de la libertad, imaginando
que con ella se suprime toda moderación y orden.
Sin embargo, bien entendida, la doctrina de la
libertad cristiana tiene muchos beneficios. En primer lugar, afirmamos que nos
libera de la servidumbre de la Ley. Porque, cuando los fieles tratan de buscar
confianza de su justificación delante de Dios, han de dejar a un lado la Ley y
olvidarse de toda justicia legal. Siendo evidente que ante la Ley no hay nadie
justo, sólo caben dos opciones: o perder toda esperanza de ser justificados, o
vernos libres de la Ley, de manera que no tengamos nada que ver con ella.
Porque todo el que piensa que para conseguir la justicia debe poner de su parte
siquiera un mínimo de obras, nunca podrá determinar la medida, y al final será
deudor de toda la Ley. Así que cuando se trata de nuestra justificación es
preciso que, sin hacer mención alguna de la Ley y dejando a un lado toda idea
de obras, abracemos la sola misericordia de Dios, y que, apartando los ojos de
nosotros mismos, los pongamos y fijemos solamente en Jesucristo. Porque aquí de
lo que se trata no es de cómo podemos llegar a ser justos, sino de cómo, siendo
injustos e indignos, somos tenidos por justos. Y, si queremos tener alguna
certeza de esto, no debemos dar ninguna entrada a la Ley.
Por otro lado, nadie debe deducir de aquí que la Ley
es superflua y no sirve de nada a los fieles; pues la Ley les enseña, les
exhorta y les incita al bien, aunque por lo que se refiere al tribunal de Dios
no tenga lugar en su conciencia. Toda la vida del cristiano debe ser una meditación
y un ejercicio de piedad, porque estamos llamados a la santificación. Y el
oficio de la Ley consiste precisamente en advertirnos de nuestro deber e
incitarnos a vivir en santidad e inocencia. Pero, por otro lado, no debemos
inquietarnos por no saber cómo podemos hacer a Dios propicio y tenerlo de
nuestra parte, o cómo podremos levantar nuestros ojos cuando debamos comparecer
delante de su tribunal. Porque entonces no deberemos preocuparnos de la Ley, ni
pensar qué es lo que ella exige; sino que deberemos tener ante nuestros ojos
como única justicia nuestra a Jesucristo, que cumplió perfectamente toda la
Ley.
Casi todo el argumento de la epístola a los Gálatas
versa sobre este tema. Es muy fácil probar la necedad de los que sostienen que
el Apóstol no combate en esta carta más que la libertad de las ceremonias. Para
responder a esto, podríamos citar dos pasajes. El primero se encuentra en
Gálatas 3:13 y dice así: “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, hecho
por nosotros maldición”. El segundo se encuentra un poco más adelante, en
Gálatas 5:1-6, donde declara: “Estad, pues, firmes en la libertad con que
Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud.
He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará
Cristo. Y otra vez testifico que todo hombre que se circuncida está obligado a
guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis los que por la ley os
justificáis; de la gracia habéis caído”.